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Elsa Moreno – Heroína de las Américas

Colegio Médico lamenta profundamente el fallecimiento de nuestra querida y eximia colega, que nos dejó un legado que trasciende fronteras.

Compartimos una semblanza homenaje, realizada por la Dra. Susana Cecilia Miceli y publicada en Agosto de 2020 en la Revista Médica de Tucumán, publicación científica del Colegio Médico de Tucumán.

 

Semblanza de una profesional comprometida con la salud pública

Estudio profundo, compromiso social y una sabiduría que sobrepasó los ámbitos académicos fueron atributos innegables de la doctora Elsa Beatriz Moreno. Chaqueña de nacimiento, que se trasladó a Tucumán a los 5 años junto a su familia: sus padres Job y Mercedes, y sus cuatro hermanas: Alicia, Rosario, Dora y María Dolores.  En 2010, Moreno evocaba las fortalezas que su familia forjó en ella:

“Guardo en mi corazón la bondad y rectitud de mi padre, un español venido de la tierra castellana cantada por Machado: ´Soria pura, cabeza de Extremadura’; la fortaleza de mi madre, descendiente de andaluces y el fraterno cariño de las cuatro hermanas, que como era la menor, me enseñaron muchas más cosas que solo aprender a leer”

Por mandato paterno estudió Farmacia y se recibió en 1954. Pero la Medicina era su verdadera vocación y decidió cumplir con esa deuda personal, graduándose en 1958 con el mejor promedio de la Facultad. Estos datos apenas permiten esbozar el perfil de una mujer recordada por diferentes personas con mucho respeto profesional.

En el Hospital de Niños de Tucumán, Elsa Moreno era alguien de importancia. Los pediatras la citaban con orgullo, muy frecuentemente cuando yo hacía guardia como practicante en dicho hospital.  Más tarde, en mi residencia, mi instructor y aquellos interconsultores con quienes más frecuentemente conversaba, me transmitieron su admiración por ella.

La actuación de esta médica en el campo de la salud pública atravesó los límites nacionales, para asumir desafíos en otros lugares de Latinoamérica. Esta pequeña provincia tenía una representante reconocida internacionalmente. Pasaron algunos años hasta que la conocí en persona y pude escuchar sus discursos en conferencias centrales, en los congresos de pediatría. Una mujer sencilla, dispuesta siempre a colaborar, a compartir todo su bagaje de experiencia y conocimiento, a insistir en la importancia que tiene la atención primaria de la salud en nuestra formación médica de grado y posgrado.

Cuando se recibió de médica, Dr. Luis Vallejo Vallejo, entonces decano de la Facultad, le otorgó una beca de perfeccionamiento en Clínica General. Moreno comenzó a concurrir al Hospital Jiménez Díaz de Madrid. Sin embargo, estando allá añoraba todo lo que hacía en el Hospital de Niños, descubriendo su profundo interés por la pediatría. Esto la llevó a asistir al Instituto de Puericultura con el Dr. Jasso, uno de los pediatras más prestigiosos de España, cuyo accionar en la promoción de la salud lea había fascinado. A su regreso al país fue designada como médico interno del Hospital de Niños.

La década del sesenta

La década del sesenta encontró a Tucumán en medio de un proceso de descentralización de los hospitales, que se transfirieron a la provincia de forma parcial. Había cargos y recursos que eran pagados por la Nación.

“El doctor César Pepa fue enviado por la Nación y marcó una etapa al reorganizar la Maternidad Infancia, con la estructuración de una unidad ejecutora. Fueron tiempos en que bajó la tasa de mortalidad infantil”, recuerda Moreno en la entrevista realizada en el año 2003.

En una oportunidad, Pepa la invitó a visitar la ciudad Concepción del interior de la provincia, para ver el programa materno infantil. Allí observó la disparidad entre la atención materno infantil con la atención en internación. Como supervisora clínica de Maternidad Infancia, debía viajar dos veces por semana por el sur provincial y observar qué sucedía en los distintos hospitales. De estas visitas surgió una reorganización buscando que sean los mismos médicos de consultorio quienes estuvieran a cargo de la internación. Surgen de esa manera los primeros médicos de dedicación exclusiva de Maternidad Infancia, entre 1964 y 1966. Se trataba de los doctores Dietrich, Sangenis y Norma Perea, radicados en Concepción, quienes trabajaban con un enfoque integral del niño sano y del enfermo.

Moreno creó el Servicio de Neonatología del Hospital de Concepción, que era una verdadera necesidad, porque todo niño de bajo peso debía ser trasladado al Instituto de Maternidad de la capital. Su primer médico fue el doctor Corbalán, con quien organizó el servicio, comenzando con pocos recursos, con apoyo del Ministerio de Salud Pública.

En 1966 tomó su primer contacto con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que le otorgó una beca para realizar en Chile el Curso de Pediatría Clínica y Social. Al volver a la provincia inició su gestión como Subsecretaria de Salud de la Provincia de Tucumán durante tres años.

El curso de Chile y este trabajo en el nivel directivo en el sector salud de la provincia despertaron definitivamente mi vocación por la salud pública; estuve mirando la salud de los niños con un par de anteojeras y ahora estoy viendo un amplio panorama de necesidades y posibilidades”. Con estas palabras, la médica sintetizaba su tránsito de la clínica al enfoque poblacional de la salud pública.

Se mantuvo en esta función hasta 1968 y una breve anécdota puede ilustrar no sólo la nutrida formación profesional, sino también su calidad humana: durante una reunión con el director General de Administración del Ministerio, Carlos Médici, le solicitó que quitaran el aparato de aire acondicionado de su oficina, para colocarlo en el Servicio de Neonatología de Concepción. Durante su período como supervisora no había logrado la compra de uno y consideraba más importante que se beneficiaran esos niños.

“Fue una cuestión de principios”, le explicó ella al funcionario con quien trabajaría muchos años, y que escuchaba azorado su petición.

Se crearon seis cargos para médicos de la Sala de Emergencia del Hospital de Niños, fundada durante su gestión como subdirectora del hospital (1962-1963). Conocía por experiencia propia lo que significaba atender todo el hospital y sabía cuánto se trabajaba y cómo se corría para asistir a niños, dando prioridad a los más graves porque el tiempo no alcanzaba. Junto a la doctora Cusa, acondicionaron un pasillo para nuclear a los pacientes más graves y lo denominaron “Sala de Emergencias”, sin grandes conocimientos de administración hospitalaria.

Un logro mayor fue la mejora del trabajo de Materno- Infancia y la reducción de la mortalidad infantil, notándose el impacto de un programa que había aumentado la cobertura con médicos en el interior, quienes se perfeccionaron para el ejercicio de esta modalidad. Fue una época de importante crecimiento científico, incluso se realizaban cirugías en el Instituto Cardiovascular, con circuito cerrado de televisión, cada vez que especialistas renombrados de San Pablo, venían a operar. Definía al hospital como centro de alta complejidad, por lo tanto no lo concebía sin médicos especializados. Durante este período habían surgido las especialidades y fue motora para enviar pediatras para realizar especialidades como nefrología, nutrición y hematología.

En 1968 se trasladó a Buenos Aires a realizar el curso de Salud Pública

“De regreso del curso decidí dedicarme de lleno al trabajo en salud pública, abandoné mi consultorio en Tucumán, acosada por la sorpresa y el desconcierto de mi familia y de los padres de mis pequeños pacientes”.

Volvió al hospital por un tiempo pero como no consiguió ingresar en el área de Salud Pública y estaba decidida a cerrar su consultorio, se marchó a Neuquén, provincia que supo aprovechar sus condiciones. A fines de 1969 fue contratada como asesora de Atención Médica para la Región de Comahue, luego como Directora General de Salud y después como Secretaria de Salud, donde permaneció hasta 1973.

Me enamoré del Neuquén, de sus montañas, de sus lagos, de su gente. No me asustaron ni sus vientos, ni su frío, ni su pobreza”, recordó en una entrevista, en la que además expuso que Neuquén, en 1969, contaba con una tasa muy alta de mortalidad infantil: 107 por mil. Humildemente, aseguró: Con el equipo de trabajo demostramos cuánto puede hacerse para mejorar la salud de la gente cuando se conjugan voluntad política, equipos técnicos idóneos y con ganas de trabajar y seguir adelante. Cuando salí del Neuquén la mortalidad infantil se había reducido en un 50%”.

Los años setenta

En 1973, ganó en Buenos Aires el concurso de Profesora Adjunta de Salud Pública de la Escuela de Salud Pública. A fines de ese año, convocada por el prestigioso pediatra Dr. Carlos Arturo Gianantonio, formó un equipo para confeccionar un Plan Nacional Materno Infantil, por pedido del entonces ministro de Salud de la Nación, el doctor Lliota. Las reuniones transcurrieron en el Hospital Ricardo Gutiérrez, que era el sitio de trabajo de Gianantonio, poseedor de un amplio conocimiento de las necesidades en materia de salud materno infantil. Ya concluido, se lo presentaron al ministro y Gianantonio rechazó su conducción porque estaba dedicado a la práctica clínica. La oferta se trasladó a Moreno, quien asumió este cargo entre 1974 y 1975. Tuvo que renunciar porque no se daban las condiciones en el país, que estaba atravesando una situación compleja previa a la intervención militar.

Entre 1974 y 1976 coordinó el Curso de Salud Pública de la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Renunció a ese cargo también y aceptó realizar para la OPS consultorías cortas en países de Centroamérica y luego en Washington. Era una oferta que venía rechazaba desde un tiempo atrás y finalmente la aceptó. En 1979 fue designada Asesora Permanente de Salud Materno Infantil, primero en Honduras durante tres meses, luego en Brasil por tres años y durante tres años más en México. En 1983 se instaló en Washington, donde se desempeñó en la Conducción de Cooperación de la OPS de los 36 Países de las Américas. Dirigía el programa Materno Infantil, que incluía inmunizaciones, diarreas, enfermedades respiratorias, planificación familiar, crecimiento y desarrollo. Incluso creó en 1984 un programa de adolescencia que hasta ese momento no existía. En Sáenz Peña, su ciudad natal, comentó sobre esta experiencia:

“Mi largo peregrinar por América me mostró no sólo la pobreza y los problemas de  América Latina sino también cuánto hay de potencialidad en su gente. En cada uno de estos países aprendí algo significativo”.

Pero entre todas las actividades que realizó en ese período, merece un recuerdo particular su participación en el programa para interrumpir la transmisión del virus de la poliomielitis a nivel continental. Ella manifestó:

“Es uno de mis mejores recuerdos de OPS.  Debo confesar que cuando el 25 de agosto de 1994, ya radicada en mi país, pero formando parte de la Comisión Internacional para la Certificación de la Erradicación de la Poliomielitis, firmé en Washington el acta de certificación de la interrupción de la circulación del virus salvaje en los países de América, sentí una inolvidable emoción y lloré de alegría”.

A lo largo de su trayectoria, sus logros personales se dieron de forma encadenada y cumpliendo etapas, con funciones cada vez de mayor responsabilidad, siempre en pos de mejorar la salud de la comunidad. Nunca dejó de trabajar en lo que la apasionaba, enamorada de su propia tarea, con oportunidades que se le presentaron en el momento justo.

Del trabajo en Washington, ella misma recordaría en 2010:

Se avanzó sustancialmente en las coberturas de vacunación, se inició el programa de erradicación de polio, se difundió el uso del suero de rehidratación oral y el control de las afecciones respiratorias agudas, se creó el programa de adolescencia y se fortalecieron los programas de atención de la madre y del recién nacido. Para todos estos emprendimientos se movilizaron importantes recursos de varias agencias, se desarrollaron instrumentos para la evaluación de los servicios y la búsqueda de mayor calidad de la atención al grupo materno infantil”.

En 1988 la visitó en Washington el doctor Carlos Fernández, quien estaba gestando el cambio curricular de la facultad de Medicina, de la Universidad nacional de Tucumán. En esa oportunidad le expresó su deseo de regresar a Tucumán cuando todavía pudiera ser útil, a lo que Fernández le pidió que piense en cooperar con la facultad. A medida que pasaba el tiempo, Moreno se entusiasmaba con la idea y gestionaba en paralelo un subsidio de la Fundación Kellogg’s para el proyecto de promoción comunitaria. La propuesta de Fernández, que suponía un cambio fundamental y profundo, la comprometió nuevamente con Tucumán. Entendía que era difícil y que, como todo cambio, presentaría oposiciones.

Finalmente, regresó en 1989 y el doctor Campero rector de la UT, la contrató inmediatamente como profesora Adjunta para la Cátedra de Salud Pública, ya que entendía que no se podía desperdiciar a las personas que regresaban del exterior con altos niveles de especialización.

En 1991, Moreno ganó el concurso de Profesor Asociado y en 1993 concursó nuevamente para obtener el cargo de Profesor Titular de la misma cátedra. Era una etapa particular, ya que había dejado varias funciones para dedicarse por completo a la Dirección de la Maestría de Salud Pública de la Facultad de Medicina. Deseaba formar un grupo de gente, una tarea trascendente para culminar su carrera tan vasta. Se iniciaba así otra etapa de su vida.

Sobre este punto, Moreno dejó claro testimonio de su rol en la formación especializada: Desde entonces, estoy dedicada a formar personal en salud pública, aún teniendo conciencia que ésta es una tarea ardua, en buena parte por los cambios en el perfil epidemiológico y las actuales características del contexto político, social y económico, circunstancias estas que parecen signar el futuro inmediato de la salud pública. Mi mayor empeño es actualmente, formar líderes de la salud pública que apoyen este necesario proceso de reforma dando respuestas ciertas a los desafíos de la hora, trabajando con la gente y por la gente.  Argentina necesita un servicio de salud cada vez más digno y equitativo que el que está teniendo en esta época, aspiro que ahora mis alumnos puedan participar activamente para lograrlo”.

En relación con la situación de la salud en Tucumán, Elsa Moreno era tajante:

“Tucumán ha perdido el tren, ha desarmado sus equipos técnicos y no hay progresos sin ellos”.

Recuerda que cuando fue subsecretaria, el Consejo Técnico tenía 18 sanitaristas y fue la primera provincia que tuvo un plan de salud completo, junto a San Juan. Muchos trabajadores del sector fueron capacitados en planificación, lo que permitió lograr cierta coherencia en la ejecución técnica.

En contra de lo que otros opinan, sostenía que:

“El SIPROSA (Sistema provincial de Salud) no ha aportado suficiente, tiene algunos aspectos que pueden ser importantes como la descentralización, pero tiene otros que no encajan dentro de la cultura argentina”.

Preferiría tener direcciones técnicas que mantengan el equilibrio a través del tiempo y pocos cargos políticos, de manera que los planes tengan continuidad, así brinden respuestas a la gente. Oportunamente fue consultada por la ley del SIPROSA y había dado su opinión negativa al respecto, porque incluso ya existía el antecedente que había fracasado en la provincia de San Juan.

El futuro de la salud pública

Durante un homenaje que se le realizó en su provincia natal, Elsa Moreno sentó postura sobre los próximos desafíos en materia de salud pública. Principalmente, a los trabajadores del sector se les plantea la necesidad de dar respuesta adecuada a los nuevos problemas de salud; el segundo desafío es trabajar en una reforma de los servicios de salud que asegure la equidad en la distribución de los recursos y sus beneficios.

En esa ocasión, sostuvo ideas potentes que hoy permiten cerrar esta semblanza de su trayectoria:

“Los factores del ambiente físico y sociocultural  interactúan para determinar los niveles de salud y enfermedad de individuos, familias y comunidades. Por ello es preciso anticiparse a la enfermedad y actuar sobre esos factores  que condicionan las enfermedades, actuando antes que éstas se produzcan. La política de mercado, los mecanismos de ajuste de la economía y la desocupación de algunas anteriores décadas han provocado una creciente inequidad en el acceso a los servicios de salud. Las clases sociales de mayor poder adquisitivo pueden acceder a todos los beneficios de la medicina de la mejor calidad, que no es menor que la de los países desarrollados. Los grupos menos favorecidos en cambio sólo tienen acceso a los servicios públicos, muchas veces carentes de recursos humanos e insumos básicos. Para disminuir las inequidades en materia de salud, es preciso generar una reforma que sustente propuestas de cambio que aseguren los atributos de equidad, solidaridad, universalidad y participación”.

Elsa Moreno, una eximia profesional, comprometida desde una rigurosa disciplina de formación, dejó un rico legado que atravesó los límites de Tucumán y de Argentina. Se formó desde el terreno y nunca dejó de especializarse en las demandas que la profesión le presentaba, por lo que su trayectoria merece un reconocimiento que permanezca en la memoria de la comunidad médica de la que formamos parte.

“Heroína de las Américas le llamaron”